Valladolid, 23 de febrero de 1981.
Regimiento de Artilleria Antiaérea número 26 de Valladolid, cinco de la tarde. Habíamos acabado nuestros menesteres diarios y habíamos quedado varios amigos en nuestra batería para jugar unas partidas de ping-pong antes de ir al Hogar del Soldado, para tomar un café con leche o algún bocadillo. Entre mate y mate, vimos por el ventanal acristalado que daba al patio de armas, que los que habían decidido ir de paseo, todos guapos y lustrosos, el oficial de guardia les hacía volver de nuevo a las diferentes baterías. Nos extrañamos ya que no era habitual ver tanta gente volver tras la revisión de turno, en el cuerpo de guardia.
Cuando entraron en la batería les preguntamos y nos dijeron con cara de susto que el sargento de guardia les había dicho que oyéramos la radio, ya que no les podía informar de lo que pasaba. Pocos minutos después estábamos todos entre camareta y camareta sentados en diferentes posturas oyendo la radio, no era posible lo que estábamos oyendo…¿un golpe de Estado? ¿tiros? ¿quién grita? …… nos mirábamos los unos a los otros con cara de circunstancia que poco a poco se iba convirtiendo en impotencia, en desesperación, en rabia, en tristeza. Nos dieron una noticia y era que a partir de aquel momento no habría toques ni de retreta ni de diana ya que estamos acuartelados y en alerta por si teníamos que salir en cualquier momento del día.
Las piezas antiaéreas fueron enganchadas a los respectivos camiones que estuvieron en marcha toda la noche, yo estuve hasta altas horas de la noche, cargando con balas los cargadores de las pistolas de los suboficiales. Los soldados no eran capaces de conciliar el sueño, algunos tenían los ojos brillantes por las lágrimas que contenían, otros parecían que les importaba poco ir o no a la guerra, para los militares «chusqueros» era todo un reto. El momento era toda una escena surrealista.
El único vínculo con el exterior era la radio, que por momentos no paraba de dar música militar y en algunos otros alguna que otra noticia. No sabíamos con certeza en que bando estábamos, si con los insurgentes o con los defensores de la Constitución, si con los buenos o con los malos y en todo caso, porqué nos había tocado estar allí a nosotros. Tres días de acuartelamiento, en los que nuestros padres no pudieron contactar con nosotros ya que se tenían prohibídas la recepción de llamadas desde el exterior.
El fracaso del golpe fue un hecho y al tercer día se nos hacía formar en el patio de armas para recibir del coronel del regimiento la noticia de que todo había acabado, pero que habíamos estado preparados en todo momento para salvar a la Patria, salir y plantarnos en pocos minutos en cualquier punto de la región militar en el que se nos hubiera requerido. Tras aquel mensaje ultra militar, patriota y tal vez hasta peligroso me quedó la sospecha de haber estado, durante los últimos tres días, muy cerca del lado oscuro y de la España en blanco y negro.
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